domingo, 19 de septiembre de 2010

El riachuelo.

  Hola humanos, estoy aquí para contaros lo que me sucedió hace mucho tiempo:
  “Recuerdo que era invierno, hacia mucho frío, los árboles habían perdido todas sus hojas y apenas se podía encontrar algo de comida.
  - Uno, dos,…, uno, dos,…, no paraba de repetir el sargento; así es como el resto de compañeras y yo le llamábamos. ¡Venga daros prisa! Hay que encontrar comida, un trozo de rama de árbol, cualquier piedra, lo que sea,… Uno, dos,…, uno, dos,…
  Salíamos a la superficie cada mañana, a primeras horas del día, cuando aún el sol estaba asomando por el horizonte y su reflejo se podía ver allá, a lo lejos, en el mar. Al salir, encontrábamos nieve recién caída de la noche anterior, nuestras pequeñas pero fuertes piernecitas aguantaban como podían ese manto blanco helado y, yo siempre me paraba preguntándome qué había ahí, cruzando el río. Mi casa, nuestra casa, estaba situada en lo alto de una montaña, a escasos metros de un río que más abajo desembocaba al mar. Cuando era estío, las flores y los árboles rebosaban felicidad y vida, los pájaros cantaban y revoloteaban por el prado y, nosotras, sonrientes, disfrutábamos del sol, a pesar del sargento. Pero al llegar el otoño, todo cambiaba, oscurecía más pronto y empezaban las heladas. Pero yo sólo tenía en la mente un pensamiento: ¿Qué hay en el otro lado del río?
  Pues bien, un día del duro invierno que sufrimos ese año, me aparté de mis compañeras sin que se dieran cuenta. Había cogido de mi “habitación” una pequeña bolsa con unas migas de pan duro que habíamos encontrado el día anterior. Mi único y prioritario objetivo era cruzar el río… Me acerqué a él y pude contemplar que no había ningún puente por el que poder pasar al otro lado. Miré hacia la derecha, hacia la izquierda, y a unos doscientos metros de donde yo estaba, había un tronco de árbol que lo cruzaba, ese era mi destino, el puente hacia lo desconocido.
  Recuerdo que empecé a andar pero a medida que iba avanzando el día, la nieve más tierna se iba derritiendo y convirtiendo en grandes torrentes de agua (para mí lo eran, para vosotros los humanos simplemente serían unas cuantas gotas), me cogí de inmediato a unas hierbas que habían en mi camino, me sujeté con todas mis fuerzas hasta que pasó la tormenta del deshielo; extenuada de tanto esfuerzo, me quedé dormida. Me despertaron voces humanas y, una pisada vuestra sólo  significa para nosotras una cosa: la muerte. Corrí todo lo que pude para esconderme debajo del famoso tronco. Una vez allí, esperé a no oír nada. Luego me subí al tronco del árbol y me dispuse a cruzarlo. Cuando llegué al otro lado, me encontré con otras compañeras, con otro “sargento”, con más campo, en definitiva, más de lo mismo. Pero para mí, significaba un éxito: lo había conseguido.”

  Os voy a confesar que yo soy una hormiga. Si yo, que soy un pequeño animal pude conseguir mi objetivo, tú que eres un humano, una persona, puedes alcanzar lo que te propongas.

  A base de tesón, de esfuerzo, de lucha, de sudor, puedes conseguir todo lo que te propongas. Piensa siempre que si quieres una cosa, puedes conseguirla, porque: “Querer es poder”.


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